Sábado a las once de la mañana en Viena, en medio de una de las plazas más impresionantes de Europa, cientos de cámaras y móviles retratan a diferentes personas que, de espaldas al monumento principal, posan en diferentes posturas, gestos y bailes para subir a redes sociales.
En medio de tanta tecnología y conexión global, un grito llama poderosamente mi atención: «¡Ay, Loli!». Como un instinto natural de mirar hacia una dirección cuando escuchas un idioma conocido en medio de una plaza extranjera, veo a dos mujeres alrededor de la ochentena gritando cogidas del brazo: «¡Qué preciosidad! ¡Qué preciosidad!», paradas, bien agarraditas, contemplan la fachada de un palacio imperial diciendo: «nunca hubiese pensado en ver esto antes de morir», «somos unas afortunadas», replica la compañera.
En ese momento, me convierto en la tercera persona que mira en la dirección del monumento con la diferencia de que, mientras dos maravillosas mujeres en la octava década disfrutan de la vista, yo me maravillo admirándolas mientras recuerdo algo que ya no sucede tanto: ver a dos personas disfrutar un monumento, ver a dos personas disfrutar un momento.
Quizás sea algo generacional, pero no puedo sino emocionarme pensando que nos tocará despedir a esta generación que hoy, de algún modo, he titulado como la última que sabía disfrutar el momento.
No pensaban en el siguiente destino ni en la hora. Sin atisbo de sacarse una foto, ahí estaban Loli y su amiga, maravilladas ante la obra que el resto todavía no habíamos tenido tiempo de ver. No pensaban en compartirlo en redes, hacer una story o buscar el mejor ángulo para el «efecto retrato»; únicamente guardaban ese momento emocionante para ellas, para el resto de sus vidas. Qué egoísmo tan bello.
No busco criticar a mi generación ni a las siguientes, podría subir mi selfie en decenas de lugares, aunque sí me gustaría reflexionar sobre la importancia de pensar acerca de para qué viajamos, una pregunta que, si me pongo profundo, puedo replantear como: ¿para qué vivimos?
Hace unos días aprovechaba los últimos rayos de sol con mi amigo Luis en la playa mientras anochecía y, sin móviles, nos paramos a ver al sol poniéndose detrás de las Islas Cíes en un momento que guardamos para nosotros. Mi admirado Marcos Gulín me descubrió esa forma de pensar gracias a una escena de un filme en la que un fotógrafo se pasaba semanas en una montaña en busca de una imagen única para, cuando llegaba el momento exacto, en un acto de disfrute máximo, en lugar de presionar el obturador, expresar: «Esta me la guardo para mí».
Poder registrar nuestra vida es una oportunidad, olvidarnos de vivirla un drama.
¿Cuántos momentos nos estamos guardando hoy en día? Pienso en mi querida «abuela» y no puedo sino pensar que cada una de las empanadas que cocinó fue exclusivamente para disfrutar de la comida. Sin hashtags. Ella misma consideró un sueño cumplido ver, con 80 años, una obra en el Teatro Real; sin una sola foto que lo demuestre fue una frase la que a mí me quedó grabada: «ya me puedo morir tranquila». Sí, se lo guardó.
En un concierto, una plaza, por qué no decirlo, ¡hasta en una obra! Están por todas partes, disfrutan de ese preciso instante. Van a un restaurante y se sorprenden con la presentación del plato (no la habían visto previamente en las reseñas), ven un concierto sin saber lo que pasará en cada momento. Qué bello es el mundo para quienes se dejan sorprender.
En un contexto donde cada vez más vamos a un «sitio secreto» lleno de personas grabando para subirlo a Instagram, qué maravilla encontrarse a personas con lágrimas de emoción y descubrimiento en la mirada.
Sí, puede que nos estemos olvidando de disfrutar algunas de las cosas más increíbles que vivimos; ansiamos estar en lugares, llegar a posiciones o probar experiencias que, cuando se convierten en una realidad, nos encuentran ausentes. Suena arriesgado hacer que el disfrute de una experiencia dependa de la cantidad de «likes».
¿De qué vale la foto más bonita de un momento infeliz?
Poder registrar nuestra vida es una oportunidad; pero olvidarnos de vivirla es un drama. Movido por el miedo de que estemos ante la última oportunidad y, puesto que registramos tantas cosas, quizás fuese bueno registrar también a la última generación que sabe disfrutar del momento.
PD: Loli, no pude fotografiaros, pero me guardé ese momento para mí.
Javier Cebreiros cebreiros.com
Sobre Javier Cebreiros | Doctor en comunicación, imparte conferencias y forma a equipos empresariales con un mensaje propio basado en las emociones y la autenticidad | Instagram · Twitter · Youtube · Linkedin · Libro de comunicación (14ª Ed.)
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